About the Author
----------------
E L James is a former TV executive, wife, and mother of two,
based in the leafy suburbs of West London. Beginning in January
2012 her life took an extraordinary turn with the runaway success
of her novels, the Fifty Shades Trilogy. Since early childhood
she dreamed of writing stories that readers would fall in love
with, and now, thanks to millions of readers around the world,
that dream has come true. She is currently at work on her next
novel, another adult, provocative romance.
Read more ( javascript:void(0) )
Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved.
--------------------------------------------------------
Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de
pelo. No hay manera con él. Y maldita sea Katherine Kavanagh, que
se ha puesto enferma y me ha metido en este lío. Tendría que
estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que
viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No
debo meterme en la cama con el pelo mojado. No debo meterme en la
cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras
intento una vez más controlarlo con el cepillo. Me desespero,
pongo los ojos en blanco, después observo a la chica pálida, de
pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes que me mira, y
me rindo. Mi única opción es recogerme este pelo rebelde en una
coleta y confiar en estar medio presentable.
Kate es mi compañera de piso, y ha tenido que pillar un resfriado
precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había
concertado para la revista de la facultad con un megaempresario
del que yo nunca había oído hablar. Así que va a tocarme a mí.
Tengo que estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar
un trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme esta tarde,
pero no. Lo que voy a hacer esta tarde es conducir más de
doscientos kilómetros hasta el centro de Seattle para reunirme
con el enigmático presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Como empresario excepcional y principal mecenas de nuestra
universidad, su tiempo es extraordinariamente valioso —mucho más
que el mío—, pero ha concedido una entrevista a Kate. Un bombazo,
según ella. Malditas sean sus actividades extraacadémicas.
Kate está acurrucada en el sofá del salón.
—Ana, lo siento. Tardé nueve meses en conseguir esta entrevista.
Si pido que me cambien el día, tendré que esperar otros seis
meses, y para entonces las dos estaremos graduadas. Soy la
responsable de la revista, así que no puedo echarlo todo a
perder. Por favor… —me suplica Kate con voz ronca por el
resfriado.
¿Cómo lo hace? Incluso enferma está guapísima, realmente
atractiva, con su pelo rubio rojizo perfectamente peinado y sus
brillantes ojos verdes, aunque ahora los tiene rojos y llorosos.
Paso por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.
—Claro que iré, Kate. Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o
un paracetamol?
—Un paracetamol, por favor. Aquí tienes las pretas y la
grabadora. Solo tienes que apretar aquí. Y toma notas. Luego ya
lo transcribiré todo.
—No sé nada de él —murmuro intentando en vano reprimir el pánico,
que es cada vez mayor.
—Te harás una idea por las pretas. Sal ya. El viaje es largo.
No quiero que llegues tarde.
—Vale, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para
que te la calientes después.
La miro con cariño. Solo haría algo así por ti, Kate.
—Sí, lo haré. Suerte. Y gracias, Ana. Me has salvado la vida,
para variar.
Cojo el bolso, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No
puedo creerme que me haya dejado convencer, pero Kate es capaz de
convencer a cualquiera de lo que sea. Será una excelente
periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y
guapa. Y es mi mejor amiga.
Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en
dirección a la interestatal 5. Es temprano y no tengo que estar
en Seattle hasta las dos del mediodía. Por suerte, Kate me ha
dejado su Mercedes CLK. No tengo nada claro que pudiera llegar a
tiempo con Wanda, mi viejo Volkswagen Eabajo. Conducir el
Mercedes es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los
kilómetros pasan volando.
Me dirijo a la sede principal de la multinacional del señor Grey,
un enorme edificio de veinte as, una fantasía
arquitectónica, todo él de vidrio y acero, y con las palabras
grey house en un discreto tono metálico en las puertas
acristaladas de la entrada. Son las dos menos cuarto cuando
llego. Entro en el inmenso —y francamente intimidante— vestíbulo
de vidrio, acero y piedra blanca, muy aliviada por no haber
llegado tarde.
Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe
amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Lleva la
americana gris oscura y la falda blanca más elegantes que he
visto jamás. Está impecable.
—Vengo a ver al señor Grey. Anastasia Steele, de parte de
Katherine Kavanagh.
—Discúlpeme un momento, señorita Steel —me dice alzando las
cejas.
Espero tímidamente frente a ella. Empiezo a pensar que debería
haberme puesto una americana de vestir de Kate en lugar de mi
chaqueta azul marino. He hecho un esfuerzo y me he puesto la
única falda que tengo, mis cómodas botas marrones hasta la
rodilla y un jersey azul. Para mí ya es ir elegante. Me paso por
detrás de la oreja un mechón de pelo que se me ha soltado de la
coleta fingiendo no sentirme intimidada.
—Sí, tiene cita con la señorita Kavanagh. Firme aquí, por favor,
señorita Steel. El último ascensor de la derecha, a 20.
Me sonríe amablemente, sin duda divertida, mientras firmo.
Me tiende un pase de seguridad que tiene impresa la palabra
visitante. No puedo evitar sonreír. Es obvio que solo estoy de
visita. Desentono completamente. No pasa nada, suspiro para mis
adentros. Le doy las gracias y me dirijo hacia los ascensores,
más allá de los dos vigilantes, ambos mucho más elegantes que yo
con su traje negro de corte perfecto.
El ascensor me traslada a la a 20 a una velocidad de
vértigo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo,
también de vidrio, acero y piedra blanca. Me acerco a otro
mostrador de piedra y me saluda otra chica rubia vestida
impecablemente de blanco y negro.
—Señorita Steele, ¿puede esperar aquí, por favor? —me preta
señalándome una zona de asientos de piel de color blanco.
Detrás de los asientos de piel hay una gran sala de reuniones con
las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande,
y al menos veinte sillas a juego. Más allá, un ventanal desde el
suelo hasta el techo que ofrece una vista de Seattle hacia el
Sound. La vista es tan impactante que me quedo momentáneamente
paralizada. Uau.
Me siento, saco las pretas del bolso y les echo un vistazo
maldiciendo por dentro a Kate por no haberme pasado una breve
biografía. No sé nada del hombre al que voy a entrevistar. Podría
tener tanto noventa años como treinta. La inseguridad me
mortifica y, como estoy nerviosa, no paro de moverme. Nunca me he
sentido cómoda en las entrevistas cara a cara. Prefiero el
anonimato de una charla en grupo, en la que puedo sentarme al
fondo de la sala y pasar inadvertida. Para ser sincera, lo que me
gusta es estar sola, acurrucada en una silla de la biblioteca del
campus universitario leyendo una buena novela inglesa, y no
removiéndome en el sillón de un enorme edificio de vidrio y
piedra.
Suspiro. Contrólate, Steele. A juzgar por el edificio, demasiado
aséptico y moderno, supongo que Grey tendrá unos cuarenta años.
Un tipo que se mantiene en forma, bronceado y rubio, a juego con
el resto del personal.
De una gran puerta a la derecha sale otra rubia elegante,
impecablemente vestida. ¿De dónde sale tanta rubia inmaculada?
Parece que las fabriquen en serie. Respiro hondo y me levanto.
—¿Señorita Steele? —me preta la última rubia.
—Sí —le contesto con voz ronca y carraspeo—. Sí —repito, esta vez
en un tono algo más seguro.
—El señor Grey la recibirá enseguida. ¿Quiere dejarme la
chaqueta?
—Sí, gracias —le contesto intentando con torpeza quitarme la
chaqueta.
—¿Le han ofrecido algo de beber?
—Pues… no.
Vaya, ¿estaré metiendo en problemas a la rubia número uno?
La rubia número dos frunce el ceño y lanza una mirada a la chica
del mostrador.
—¿Quiere un té, café, agua? —me preta volviéndose de nuevo
hacia mí.
—Un vaso de agua, gracias —le contesto en un murmullo.
—Olivia, tráele a la señorita Steele un vaso de agua, por favor
—dice en tono serio.
Olivia sale corriendo de inmediato y desaparece detrás de una
puerta al otro lado del vestíbulo.
—Le ruego que me disculpe, señorita Steele. Olivia es nuestra
nueva empleada en prácticas. Por favor, siéntese. El señor Grey
la atenderá en cinco minutos.
Olivia vuelve con un vaso de agua muy fría.
—Aquí tiene, señorita Steele.
—Gracias.
La rubia número dos se dirige al enorme mostrador. Sus tacones
resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambas siguen
trabajando.
Quizá el señor Grey insista en que todos sus empleados sean
rubios. Estoy distraída, pretándome si eso es legal, cuando la
puerta del despacho se abre y sale un afroamericano alto y
atractivo, con el pelo rizado y vestido con elegancia. Está claro
que no podría haber elegido peor mi ropa.
Se vuelve hacia la puerta.
—Grey, ¿jugamos al golf esta semana?
No oigo la respuesta. El afroamericano me ve y sonríe. Se le
arrugan las comisuras de los ojos. Olivia se ha levantado de un
salto para ir a llamar al ascensor. Parece que destaca en eso de
pegar saltos de la silla. Está más nerviosa que yo.
Read more ( javascript:void(0) )